La Cali en la que vivimos hoy en día es compleja, sumado a ello la dinámica de la vida diaria siempre nos pone a pensar qué sería mejor, cómo resolvemos, cómo avanzamos. Y en el camino a resolver esas inquietudes sale a la conversación el papel de la institucionalidad. Creo que el pilar fundamental que sostiene la estabilidad y la armonía en nuestra sociedad tiene que ver con las normas, las ‘reglas de juego’. Este es un concepto que va más allá de la simple presencia de organismos gubernamentales; implica una participación activa y constante en nuestro entorno. Llevamos un buen periodo leyendo y escuchando que la ciudadanía alza su voz, clamando por la intervención de las autoridades ante el aumento de robos, ante la evasión de las normas, el maltrato a la misma autoridad. Todo esto es una señal clara de que la sensación de desamparo se ha vuelto ineludible, afectando la convivencia y amenazando el tejido social.
Vivimos en una época en la que la falta de institucionalidad puede traducirse en la proliferación de fronteras invisibles, la conformación de pandillas y grupos delincuenciales que socavan los cimientos de nuestra comunidad. La realidad es que cuando la autoridad se vuelve ausente o ineficiente, se crea un vacío que es llenado por fuerzas negativas que perpetúan la desigualdad y la exclusión, simulando una jungla donde ‘sobrevive’ el más fuerte.
La demanda ciudadana de verificación, control y presencia constante por parte de las autoridades es, en esencia, un llamado desesperado a reconstruir el tejido social. Este tejido, que una vez fue fuerte y cohesionado, se ha desgarrado en lugares donde la institucionalidad ha flaqueado. Las famosas fronteras invisibles que dividen comunidades y generan conflictos son el resultado directo de una ausencia institucional que ha permitido el surgimiento de entidades que actúan al margen de la ley.
En este panorama, la reconstrucción del tejido social no solo requiere la presencia física de las autoridades, sino también de programas de inclusión efectivos. La inclusión es la herramienta que desmantela las barreras que fomentan la creación de pandillas y grupos delictivos. Al brindar oportunidades equitativas, se diluyen las motivaciones que llevan a la delincuencia.
Es fundamental entender que la institucionalidad es una condición necesaria para la convivencia pacífica y el progreso colectivo. La ciudadanía demanda acción y presencia porque reconoce que la falta de institucionalidad crea un ambiente propicio para la desintegración social.
Entonces creo firmemente que la institucionalidad es el cimiento sobre el cual construimos una sociedad justa, inclusiva y segura. La presencia constante de las autoridades no solo es un deber, sino una garantía de que el tejido social se mantiene fuerte y resistente frente a las amenazas invisibles que buscan dividirnos. La reconciliación de este tejido implica, no solo la erradicación de fronteras invisibles, sino también la creación de programas de inclusión que unifiquen a la sociedad y brinden oportunidades para todos. Es hora de actuar con determinación y compromiso para asegurar un futuro donde la sana convivencia sea el faro que guíe nuestro camino como sociedad.
Escrito por:
Daniella Plaza
Concejala de Cali